RELATO DE UN MEDIO PENSIONISTA (Segundo premio)


Nací en la aldea de Deva, en el mismo año que tú, entonces era, realmente, una aldea: con sus caminos polvorientos, su procesión de vacas bebiendo en el río, el lavadero lleno de mujeres lavando ropa sucia y aireando los trapos de los vecinos. (Los lunes se ilustraban de lo acontecido en días anteriores).

Hasta mis 13 años, año de entrada en La Laboral, mi vida fue tranquila y rural: el desayuno con galletas de la abuela, la escuela con el maestro Don Eleuterio y más tarde Don Carlos y los juegos del recreo con Armando, José, Marino, Julián, José Manuel, Melquiades y Javier; quizás dos días a la semana, no recuerdo bién, jugábamos un “partidillo” en el prado de Melquia y “corríamos” a las ovejas en el prado de Javier.

La Uni, que había visitado en alguna ocasión, era para mí: grandiosa, hermosa, algo así como un pájaro gigante. Yo pensaba que todo mi pueblo cabía en una de sus alas. Me gustaba el lateral del jardín y piscina, que miraba a Deva. También me encantaba la vista desde la aldea.

A los trece años, “conseguimos” que me admitieran en La Laboral (yo entonces era más creyente que hoy y recuerdo que el cura-párroco de Deva me decía “a Diós rogando y con el mazo dando”), un gran paso para mí y un respiro para mi familia.

Imagínate, pasar de mi querida aldea (pequeña, conocida y sin sorpresas, quizás con algún sobresalto cuando robábamos las cerezas del Tío Sergio...) a La Laboral: con centenares de alumnos, nuestra promoción y todas las anteriores, los Jesuítas que “impresionaban” con su altivez y disciplina, los profesores, titulados (más que maestros), los enormes talleres; cuyas horas allí eran para mi un castigo, las monjitas, las de la enfermería, tan amables -ya no recuerdo sus nombres pero sí sus caras- y las de clausura -con la preparación de la comida- allí descubrí lo del primer plato, segundo y postre. En mi casa había fabes y si te quedabas con hambre repetías fabes. El personal de mantenimiento, el bar, con Antonio y su toque de tacón...

Yo bajaba poco a Gijón, en Deva sólo había dos coches; la furgoneta de Alicio el lechero y el 600 del Señor Cura. La Laboral era como si todo Gijón estuviera concentrado allí: inmensa torre que observaba entradas y salidas, majestuosa iglesia para cantar a cientos “como brotes de olivo, Señor, en torno a Tu mesa...”, el exclusivo teatro, donde aprendí, en aquellas sesiones de cineforum, que una película puede ser despiezada y discutida y donde participamos en los festivales de la canción; por ejemplo, “con Rosas en el Mar”, canción interrumpida por los aplausos, o quizás por las ganas de que el interprete acabara de cantar; nunca lo sabremos.

¡Qué decirte del enorme patio central! Donde formábamos en filas y columnas, para izar la bandera y cantar el himno de las flechas. Creo recordar, que era los lunes por la mañana. No me acuerdo muy bien de los nombres de algunos profesores: aquellos de formación del Espíritu Nacional¿Te imaginas? ¡Espíritu Nacional! ¿Será el equivalente, hoy, a educación para la ciudadanía? Con el paso del tiempo han quedado en mi memoria algunos nombres con especial sentimiento: el Padre Agudín, el Padre Chércoles, el “Guapo”, quizás por ser eso y estar más cercano a nosotros, el “Gafe” por el mote (y por aquello de la Charnela), Zoilo Carlos Solar Solar (con nombre de escritor suramericano y Premio Nobel) y Mario Vargas Llosa... de este último no estoy seguro.

Recuerdo que mi padre decía, con su acento astur-vallisoletano, “el mi fiu ta en La Laboral”. Mi padre era mutualista de artes gráficas. Aprendí, en aquella épica, que el trabajo de imprenta se decía, en fino, artes gráficas. Fíjate cuantas cosas aprendimos al entrar en La Laboral.

Mi güelo y mi güela, decían de otra manera, “el rapaz nuestro ta estudiando en la Nuniversidá”.
Quizás mi familia, ¡Qué digo con quizás!, a buen seguro, vivía con más orgullo que yo mismo mi ingreso en La Laboral. Mis cenas en casa eran un examen oral de toda mi actividad diurna. Nunca antes se habían conocido en la casina de Deva, tantas anécdotas, apellidos raros, historias …. ¿Cómo dices? ¿Qué hizo el Baragaño?...

Por cierto, hablando del Baragaño, del Fuentes y del Ferrer... Cuando ibamos por la tarde a mi casa de Deva y mi güela decía “si me picáis un montonín de leña, faigobos una tortillina” ¿Recuerdas? ¡Lo buena que era la tortilla de patata de mi abuela! No cortaba la patata, la partía. Los huevos eran de yema roja, de gallinas de nuestra casa, criada con maíz, manzana madura y cualquier otra peladura. Cuando tardaban en poner el huevo, mi Güela les ponía un dedo en el culo, y creo que al día siguiente ponían. Un poco de cebolla tierna, cortada en “cachinos” pequeños de la huerta del tío Leto. En ocasiones especiales, pa dai un poco de color se añadía aquel chorizo casero. Mitad de goxu y mitad de xatu. Mi güela era una persona agradecida, me decía “estos amigos tuyos de la Nuversidá son muy buenos, con una tortillina piquen leña a destayu”. También era una persona singular, a pesar de ser muy creyente decía que: robar pa comer y pa calentarse no era pecao.

Con Winsco Roël Gerbolés (el Padre Roël) descubrí que existía otra naturaleza, distinta a la de Deva, Cabuentes y Somió, salvaje y emocionante; cuando hicimos la ruta del cares (no recuerdo si tu venías ) dormimos en la escuela de Caín, en León, y pealizamos la ruta hasta Poncebos, caminando y cantando aquello de “Dame la Fe de mis padres…”


La estrecha ruta, llena de cabras, piedras y arisca vegetación, era, quizás, un aviso a los jóvenes de La Laboral de lo que sería la ruta de la vida. Además de descubrir esa otra naturaleza conocimos a un Padre Roël, distinto, con aquella dimensión humana que no siempre se veía a través de la sotana; más adelante tuve la oportunidad de hablar con él, en la década de los ochenta.

Ya que hablo de otra dimensión, también descubrí, en La Laboral, gracias a los nombres y apellidos, que existían otros mundos distintos a mi Deva natal, donde, excepto yo mismo, nos apellidábamos: Solar, Meana, Vigil, Piñera, Rubiera, Riera, Álvarez o Suárez. Pues bien, con: Larragoiti, Etxenausía, Beracoechea, Romaguera, Estalayo, Baragaño, Quirós, Espeso… Veía sus pueblos y sus costumbres y su familias en sus nombres y sus añoranzas y tantas cosas más…

Y aquellas mozas que subían (digo subir por aquello de estar más lejos del mar que Gijón) a la Laboral. No éramos demasiado conscientes; pero se ligaba bien en la Uni, o mejor, nos ligaban a nosotros ¡Qué te voy a decir a ti!, tú ligaste con Mar y Brisa (ésta sin B) y durante todos estos años el mar, con su flujo y reflujo, ha bañado la arena de tu vida, granito a granito, y la brisa (sin B) con mayor o menor intensidad, en función del momento requerido, te ha dado el soplo por levante y babor, por poniente y estribor. Allí en primero de oficialía, conocía a María del Carmen, era: alta, morena, hermosa y de larga melena, ojos negros y alegres y de amplia sonrisa. Me enamoré de inmediato y ella también. Recuerdo nuestros encuentros a la orilla del río, nuestras manos entrelazándose; nuestra trilogía: manos, miradas y esperas. Nuestros padres, respectivos, no supieron comprender nuestro amor; por ello, nos separaron con los métodos de la década de los sesenta.

No había vuelto a ver a María del Carmen hasta el año 2005, en la fiesta del cincuenta aniversario de la Uni. Ella había cumplido 53 y yo 55. María del Carmen estaba sola, de espaldas al bar y mirando al teatro, me habló de sus cosas: seguía siendo hermosa, con el pelo corto y teñido de castaño, con sus ojos negros de mirada triste y su sonrisa corta.

Como medio pensionista, recuerdo, entonces creo que con cierta tristeza, oíros comentar sobre
acontecimientos de la noche anterior, recuerdos y aventuras que yo no había podido vivir; a cambio en la cena familiar en mi “casina” de Deva, explicaba a los míos, con todo detalle, la intensidad de mi jornada laboral, vivida con los compañeros: Arístegui-Azpeitia, Baragaño-Beracoechea, Carbajal-Castresana, Estalayo-Etxenausía, Ferrer-Fuentes, García-Gómez, Muñiz-Muñizuri, Romaguera-Rodríguez, Sorondo- Silió... y tantos y tantos más.

P.D. Por si estos recuerdos caen en otras manos, debo decirte que no pretendo escribir en Bable, las citas y los nombres son tal y como los recuerda mi mente; para la Laboral mi Güela decía Nuversidá.

2 comentarios:

  1. He caído aquí por casualidad, pero lo he leído entero embobada ..... qué buena gente ha salido de mi Deva querida, cuna de mis antepasados

    enhorabuena y gracias por este precioso relato

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  2. He leído que tiene un recuerdo para el profesor Zoilo Carlos Solar. En el segundo apellido hay un pequeño error y es que como segundo, no es Solar, sino González. Es decir, que su nombre completo era ZOILO CARLOS SOLAR GONZALEZ, fallecido recientemente en Gijón y descansando en paz en el cementerio de Deva.

    He leído entero su interesante artículo.
    Un abrazo,
    José R. Solar (sobrino de Zoilo Carlos).

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